Andar Fronteras: el Migrante, el Pocho, and the US in Mexican Thought

mexico border

To break the isolation of research and writing, I often send my fellow graduate school friends quotes from the archives. On this particular occasion, I sent Froylán Enciso, a doctoral candidate at the State University of New York at Stony Brook, notes about a Mexican migrant/poet from the 1920s. The poet/migrant hated NYC (and American “costumbres”), loved to party, and constantly worried about not writing enough. Remembering our partying and working in Mexico City and NYC, I thought Froy would get a kick out it.

He did, and to my surprise he attached an essay titled “Mujer Migrada.” The essay, written in 2003, focuses on the relationship between migration and gender. It is a thoughtful and beautifully written essay, with some nice insights. However, what makes this essay worthy of sharing (and reading) is not its argument, but its place within Froy’s own particular academic (and intellectual) trajectory and movement. By using the essay as a point of departure, we hope to reflect on the relationship between intellectual production and travel. From 2009 to 2012 Froy lived in Long Island, taught and studied at Stony Brook, was the President of Graduate Student Organization (2010-11) and partied with a ton of pochos. Below, is the essay, followed by a Q and A with Froylán.

MUJER MIGRADA

“Todas las puertas cerradas en nombre de Dios.

Toda la locura y la terquedad del mundo

en nombre de Dios.”

José Revueltas, Dios en la tierra.

¿Quién sufre más, quien se va o quien se queda? El caso concreto: te odia, te abandonó sin explicación, murió, ahora es indiferente, ya no sabes donde está, se fue a buscarte un mejor futuro o no adivinas cuantas de las opciones anteriores debes elegir. Buscar una respuesta no es sencillo, demasiado compromiso. Tampoco lo es para la mujer migrante, ni para quienes la hemos visto.

La migración es un fenómeno tangible, pero también simbólico. Una mujer migrante es el cuerpo—siempre normado por los Estados con términos como legal/ilegal, nacional/extranjeros, etc.—de un ser del sexo femenino que ha cruzado una línea imaginaria llamada ‘frontera’.

Cuando hablamos de migración y mujer no sólo nos podemos referir a  las que están “del otro lado”. Con frecuencia los que atraviesan físicamente la frontera son los hombres de la casa, maridos, nietos, hijos, yernos, hermanos, y la mujer se queda pero no se queda igual. Sus vidas de este lado sufren los trastoques de la migración sin haber movido el cuerpo debido a que la partida de los hombres implica una dimensión material y, sobre todo, simbólica. Están solas con su esperanza, cartas, llamadas telefónicas y remesas. Son mujeres que siempre esperan. La línea fronteriza atraviesa su mente, pláticas, familia, su ser mujer; sus referentes masculinos están mediados por la frontera y eso puede diluirlas o fortalecerlas.

Si observamos a las mujeres desde las nubes, también veremos cómo los hombres, migren o no, son—aunque no siempre impongan conscientemente—‘fronteras ’. Todas han cruzado cotidianamente líneas imaginarias a través los tiempos aunque las leyes y normas de los Estados-nación no siempre hayan estado ahí. El hombre define a la mujer y la mujer al hombre como si las imágenes en los espejos se hablaran para decirse cosas que los juntan cuando los separan porque dicen qué son y qué jamás llegarán a ser: mujer  migrada y no migrante, un concepto que en términos básicos busca incluir a todas aquellas atravesadas por fronteras.

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MIGRADAS DE ESTE LADO

Lo femenino de las mujeres de este lado, de las mujeres a distancia, de las mujeres que esperan, toma un giro estético y ético a nuestros ojos. Algunas personas tienen la impresión de que en el fenómeno migratorio las que se quedan en sus casas, en el pueblo expulsor, en el lugar de origen, tienen un papel pasivo o, en el otro extremo,  de mayor poder. Ni una ni la otra. Si bien es cierto que, cuando los hombres se van, el papel de la mujer se vuelve preponderante para la vida, la pregunta es ¿en qué sentido y por qué?

No necesariamente se vuelven más poderosas—o más empoderadas—porque el poder no sólo se expresa materialmente, es más que poseer, administrar el dinero, tomar las decisiones, ejercer violencia o vestir pantalones; también se expresa en el reconocimiento y en la posibilidad de tener la opción de decidir de manera independiente. Normalmente los poderosos son aquellos a los que reconocemos como tales. Quienes tienen poder usan sus recursos materiales—golpes, dinero o influencias—cuando ven que los subordinados ya no los reconocen. En realidad ésta  no es su demostración más grandes.

A las mujeres que se quedan no necesariamente se les reconoce como más poderosas porque ellas en realidad sólo son más influyentes. Sólo ocupan temporalmente los huecos que dejó el hombre.  El reconocimiento ahí se funda más en la autoridad moral que da el sufrimiento que en la posesión material de instrumentos de poder.

La sociedad no siempre perdona cuando la mujer toma responsabilidades, actitudes y papeles masculinos pero la mujer migrada puede hacerlo sin problemas por muchas razones: no se masculiniza, merece la admiración, nadie la reprueba, porque lo que en otras es rebeldía o ruptura del equilibrio natural de la vida en ella es acto heroico e ineludible. Ellas no deciden desdoblarse en hombre y mujer, no buscan crear dualidades progresistas ni reivindicar sus capacidades aunque de hecho lo haga en el camino.

Ese femenino no-decidir o el sabor a situación ineludible es lo que provoca cambios de la mirada social. Se vuelve buena ante los ojos de la gente como heroína sufrida, no como intrusa de lo masculino. Se queda sola y tiene que llenar los espacios que el hombre ocupaba, debe ser padre y madre a la vez, salir a trabajar y tomar las decisiones familiares que antes tomaban los que están lejos. Se vuelven seres llenos de dualidades y extrañezas, una especie de travestis. Su travestismo, empero, no es convencional.

Los travestis no son mujeres pero se comportan como si lo fuesen y, por decir lo menos, se les ve como a humanos incompletos. Las mujeres migradas de este lado también tienen algo de anomalía porque hay cosas que les faltan o les sobran. Aunque no busquen la apariencia de los hombres adquieren muchos de sus atributos, y eso provoca reacciones que, a pesar de que no son necesariamente de reprobación, tampoco les permite conquistar la independencia de acciones y criterios de manera consciente y definitiva.

He visto cómo más de una vecina o pariente  se pregunta “¿Cómo le hace para estar tan tranquila? ¿tu crees que esté así de triste porque se fue el hombre?” Terminan siendo más pregunta que respuesta, viven en la incertidumbre, en el borde de los equilibrios impuestos por las convenciones. No son mujeres liberadas pero tampoco están bajo el yugo inmediato del hombre que se fue,  sin intención transgreden  su posición en la vida social pero añoran el momento del regreso para dejar de hacerlo, son fieles a sus responsabilidades extras pero preferirían evitarlas, representan a todos los sexos sin tenerlos “como Dios manda”. En suma, son pero no completas. Su trasvestismo sui generis es una manera de entender la complejidad de sus relaciones con el mundo social que las rodea, su extraño estigma.

MIGRADAS DEL OTRO LADO

Todas las mujeres que viven del otro lado de la frontera han sido violadas. La violación sexual es el arrebato violento de las decisiones sobre la privacidad física. Primero, la violación migrada, aunque en ocasiones también sea sexual, en términos más generales es el arrebato violento de toda capacidad de decisión. Después, es la extirpación de la privacidad, de todo espacio femenino, de todas las nociones de espacio público y espacio privado del ser mujer. Con cada paso en su camino hacia el otro lado de la frontera, las mujeres migradas van acumulando signos de discriminación. Nacen, dan un paso y son mujeres. Siendo niñas siguen el camino y ya son pobres. Crecen, se vuelven adolescentes, avanzan más y, si la ascendencia y la historia lo dictan, son indígenas. Se casan y son mujeres del hogar.  El hombre se va y ya son abandonadas.

Con todos o algunos de estos sellos sociales, cuando deciden cruzar la frontera deben armarse de temeridad y esperanzas. Es cierto, no siempre ellas deciden pasar al otro lado. En ocasiones las llaman, las animan. Además no siempre cruzan solas. Sea por una cosa o la otra, de una manera o la otra tienen que pasar la mayor parte de las veces con la ayuda de un traficante de personas mejor conocido como coyote.

La situación por la que atraviesan esas mujeres es por demás injusta. El viaje para unos ojos extraños como los míos resulta, por lo menos, enigmático. El papel del coyote se parece mucho al del secuestrador. La migrada mujer, pobre, indígena, abandonada y/o recluida está en sus manos, ella no sabe qué hacer, su seguridad, su vida depende de él. Ni siquiera sabe cómo debe moverse sin que esto sea considerado un error que la vaya a dejar de este lado o, peor aún, en el camino.

El cruce de la frontera es un secuestro donde la secuestrada pagó el rescate por adelantado, no hay garantías de nada. Si algo sale mal, nadie te va regresar el dinero, ni la dignidad, ni la vida. La migrada cruza vulnerable. Si todo sale bien en el camino, al poner el pie al otro lado también será llamada ilegal. Puede reunirse o no con quienes le precedieron, las relaciones con los hombres allá pueden ser diferentes o no. Al final de cuentas, aunque cambie su papel de sumisión en el nuevo mundo, tiene que enfrentarse a una colección de objetos de relego y subordinación.  La interacción con los anglosajones le trae nuevos adjetivos, ahora raciales. Pasa de ser mujer a ser minoría étnica, latina, mexicana, morena.

Ahora su deseo no sólo está mediado por el espacio simbólico que la separa del hombre, también está mediado por la distancia. En principio, ultrajaron su tierra, casa, cocina, barrio, iglesia, escuela, perdió los espacios de creación para entrar a los espacios de servidumbre. No pueden ser bellas ni llenar su cántaro por que ya no tienen río para traer agua, son amazonas a las que se les extirpó la creación. Su identidad se disuelve, no pertenecen al nuevo mundo—siempre habrá alguien que se los recuerde—y, poco a poco, dejan de pertenecer a su mundo de origen.

Mientras se van aculturando se acercan a las personas del otro lado, pero se alejan del lugar primigenio. Se van convirtiendo en extranjeras de todos lados, incluso de sí mismas. Cuando ya empiezan a pertenecer al nuevo mundo, el origen les vacía recriminaciones como con baldes de agua hirviendo. Agringada, libertina, fácil, creída, traidora, vendepatrias, puta, las palabras retumban y se reproducen como diciendo “nunca más pertenecerás a este lugar”.

Así, la mujer migrada del otro lados cierra el ciclo del desplazamiento de su cuerpo por una frontera. Trabaja dando servicios domésticos, de mesera, cuidando hijos que no son los suyos,  limpia pisos que quizá nunca se imaginó que pudieran ser tan bonitos. Lucha y con el tiempo, si sabe evitar las deportaciones, obtiene ciertas recompensas a las aventuras y desventuras de su andar. Quizá pueda empezar comprando obsesivamente un par de zapatos en barata cada fin de semana y enviando remesas cada mes a su lugar de origen. Probablemente después, alguna jefa ayude a conseguir sus papeles y ya pueda comprar una casa. Al final, los zapatos estarán guardados en la casa esperando la oportunidad para poder usarlos, tal vez en una lejana, insípida ocasión extraordinaria sin delantal. Comprar, al final de cuentas, es un placer que se desgasta con la costumbre.

Recalco, si tiene suerte, y sólo si tiene suerte, en el camino su esencia se transmutará en otra que, al menos, será diferente.

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Son mujeres migradas, sus vientres se tornan fuertes, engendran y ahora  sacuden como supuestamente sólo saben hacer los hombres. ¿Quién sufre más? Hay quien diga que la maldición es de origen divino. “[Dios] a la mujer dijo: multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor parirás los hijos; y tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: por cuanto obedeciste la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo, ‘no comerás de él’; maldita será la tierra por amor de ti; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Génesis 3:16, 17). Negación de las mentes laicas: maldiciones del catolicismo viejo que se suman a las fronteras del protestantismo ascético.

                                                                                                Froylán Enciso

México D.F., diciembre de 2003

Romeo Guzmán: This essay uses gender as its major theoretical framework, but I couldn’t help to think that Mexican nationalism is an “invisible” lens from which both gender and migration are being examined. I was particularly struck by how you conceptualize crossing the border/leaving the Mexican nation: Todas las mujeres que viven del otro lado de la frontera han sido violadas. Were both gender and nationalism conscious choices?

El género por supuesto que fue la idea principal. Y ya poniéndonos más personales decidí, en aquél entonces, en 2003, usar el tema de las mujeres migrantes para explorar mi propia naturaleza queer. Quería hacer un ejercicio de imaginación de las emociones de las migrantes, traté de meterme en sus ojos en cada paso del camino entre un hogar en México y uno en Estados Unidos. Lo curioso es que nunca había ido a Estados Unidos, aunque lo deseaba con todo el corazón. Creo que por eso mismo, da la impresión de ser un ensayo nacionalista. Releyéndolo diez años después por culpa de tus constantes provocaciones como pochointelectual, creo que más que nacionalista es un ensayo con una obvia, quizá inevitable, mirada nacional.  No había manera de que en aquellos años, en que, a pesar de haber trabajado con muchos estadounidenses (era investigador del Bureau en México de Los Angeles Times), pudiera evitar interpretar el mundo desde México, porque nunca había ido a Estados Unidos y mi “mundo” se reducía a un viaje de un par de meses a Cuba para tomar clases de teatro. Y este es un punto importante en que tanto los pochos, texanos, mexico-americanos, junto con los mexicanos más “cosmopolitas” tenemos que tener cuidado y paciencia: tener una mirada nacional desde México no es lo mismo que ser nacionalista. Es verdad que el nacionalismo puede limitar enormemente la comprensión mutua entre personas de ambos lados de la frontera y otras partes del mundo. Sin embargo, ese aprendizaje, que cuesta mucho trabajo y recursos adquirir, no se le puede exigir a todo mundo ni en toda circunstancia. Lidiar con las miradas nacionales y atesorar lo que tienen que aportar es obligación, creo yo, de todos los que hemos ido a las universidades a leer a Judith Butler y compañía. Si no lo hacemos, terminaremos tan estúpidamente faltos juicio como los nacionalistas. De hecho, y disculpa que lo mencione así de repente, hasta tú tienes una mirada nacional desde Estados Unidos, si no te hubiera impresionado más que dijera que la mujeres migradas del lado mexicano son travestis. Pero eso te lo dejo de tarea para tu propia reflexión. En resumen, la reflexión sobre género y la mirada nacional fueron elecciones conscientes, aunque no estoy de acuerdo en que eso sea necesariamente nacionalista.

RG: How has travel and time in the U.S. change your perspective on migration/Mexicans in the United States? O mas bien, if you had to write this essay again, what would you change/add/revise?

Definitivamente, no escribiría lo mismo diez años después. Vivir en Estados Unidos por algunos años, viajar a otros países, ir y venir a diferentas ciudades de México cambió totalmente mi perspectiva de la escritura y la vida. Ahora no soy tan teórico ni tan metafórico en mi escritura. La mejor forma de escribir estas intersecciones entre género, nación, clase, raza y religión que trato de manera tan superficial en este ensayo “Mujer migrada” deben escribirse de forma concreta. Tiene algo de encanto la poesía, pero no hay nada como ponerle un rostro a lo humano y no hay nada como hablar de cosas que realmente pasaron para conectar con el lector. Y eso lo cambia todo. Para ponerlo en términos más llanos déjame aclararte que cuando yo escribí ese ensayo pensaba que muchos pochos que encontraría al otro lado de la frontera estarían tocados por el diablo del imperialismo yanqui. Cuando llegué y les puse el rostro de amigos o estudiantes o amas de casa en barrios de migrantes de Long Island, pobres y discriminados del lado gringo, me di cuenta que hay mucho que podemos hacer los mexicanos para solidarizarnos con los problemas que tiene del otro lado de la frontera. Por eso me volví activista estudiantil en mi universidad y he hecho lo que puedo por defender la educación pública en Estados Unidos. Esa sensibilidad no la tenía al escribir “Mujer migrada”, es la sensibilidad de enfrentar lo concreto de la vida con acciones.

RG: Your book, Andar Fronteras, (2008), sought to ground Octavio Paz’s intellectual trajectory within his time abroad. Before you left for Stony Brook, how did you imagine your time in the US would impact your ideas about Mexico, about the US, drugs, etc.

En el ensayo que estamos comentando se nota que Paz me influyó. Tienes razón. La idea de la violación la usó él  para explicar la chingada como parte primigenia del ser mexicano en El laberinto de la soledad y yo acá nomás le di una revisada pensando en la mujeres migrantes. Antes de salir a Estados Unidos, analicé la formación de Paz—sobre todo de sus ideas políticas—por  medio de los viajes. Eso me enseñó que yo personalmente cambiaría, como cualquier migrante, pero no sabía cómo y, de hecho, tenía la esperanza de que la experiencia no me cambiara esencialmente. Es que a diferencia de Paz, cuando salí, yo no estaba harto, tan hasta la madre de México como él, aunque quizá al igual que él me sentía un poco ninguneado. Y, siendo sincero, lo que realmente quería que cambiara era los términos de mi diálogo con la ciudad de México y que este viaje a hacer el doctorado ampliara mi posibilidad de establecer diálogos transnacionales alrededor del mundo. En concreto, quería tener más recursos para que me tomaran en serio mis compatriotas en México y conocer gente afuera de México. Y pues ahora que tengo tantos compas tan entrañables en Estados Unidos puedo decir que mis sueños se hicieron realidad.

RG: It seems that more and more Mexicans are traveling to the U.S. to pursue doctoral studies. How has this changed the world of Mexican ideas? Is this ‘democratizing’ the exchange of ideas between Mexican and American (including pochos) academics/intellectuals?

No creo que el estudio de doctorados en Estados Unidos sea el elemento más importante que esté cambiando el mundo de las ideas mexicanas y de lo mexicano. Alrededor de la fecha en que escribí este artículo, “Mujer migrada”, estaba la discusión sobre qué tanto había cambiado el mundo de las ideas mexicanas tras diez años del Tratado de Libre Comercio. Entonces, fui a preguntarle a Carlos Monsivais qué pensaba de los supuesto cambios culturales de lo mexicano ante el libre comercio. Me dijo básicamente que las ideas mexicanas estaban enriqueciéndose positivamente gracias a la oferta cultural gringa y global. Me lo dijo así:

“Es una situación variada. Diría que lo básico, lo que ha traído el TLC ha sido, en la economía, hasta el momento desastroso. El TLC era inevitable, todos los sabíamos. Pero no esperábamos lo que ha pasado de inequidad y de incapacidad del gobierno mexicano para hacer valer los derechos de los mexicanos en el TLC. El proceso cultural viene desde antes. En los periódicos ya desde finales del siglo 19 se decía ‘nos estamos americanizando’. En lo cultural, no ha modificado el proceso, lo ha intensificado: a dado la oportunidad a muchos demagogos de decir ‘defendamos lo nuestro’, pero no me queda claro qué es ‘lo nuestro’. Está por definirse. La televisión de cable está concentrando cada vez más público y ya es, en un porcentaje todavía menor pero muy significativo, una alternativa. Y, curiosamente, una alternativa que ha resultado muy importante porque las series norteamericanas de ahora son muchísimo mejores. Ahí por ejemplo la globalización tiene una zona positiva. Todo lo que hay de tolerancia está siendo impulsado enormemente por las industrias culturales de Norteamérica: las libertades de las mujeres, los derechos de los gays, por ejemplo.”

Y creo que en esto estoy de acuerdo con Monsivais todavía. Quienes estudiamos doctorados, aunque vengamos de un barrio popular de Mazatlán o de El Monte en Los Ángeles, somos una minoría privilegiada que no tenemos tanta trascendencia como la cultura popular. Es posible que algo estemos haciendo en democratizar las ideas de lo mexicano, pero eso tiene un impacto limitado comparado con las enormes desigualdades alentadas por egresados de doctorados estadounidenses en áreas económicas y legales en Yale, Harvard, Chicago, por mencionar el alma mater de algunos que han dejado a lo mexicano hecho un desastre.

En resumen, creo que te volaste con eso de que los doctorantes estemos “democratizando” nada. Mejor deja a la democracia en paz y tomémonos una chela pronto ¿no?